Creo que no siempre sabemos medir y pesar la vida, incluso no nos importa mucho lo que supone para cada uno de nosotros tenerla y disfrutarla o como poco vivirla. La banalizamos y consumimos como si fuera algo que no tuviera tamaño, que no fuera necesario saber ponerla en ningún momento en la balanza, para saber de qué va esto tan maravilloso que tenemos.
Es posible que nuestro cristianismo tan ferozmente metido en la sangre, muchas veces sin darnos cuenta, nos haya convencido de que al final será San Miguel quien nos pesará y medirá y quien por ello nos juzgue como si hasta entonces todo no hubiera tenido importancia. Lo malo es si al final descubrimos que San Miguel ni está ni se le espera.
¿Hemos hecho lo necesario para sentirnos bien con nosotros mismos? Pues eso es. Sólo eso.
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